
La parálisis de la flota, los costos imposibles y una mesa técnica que no pesca un acuerdo. Entre la inercia oficial, la rigidez sindical y el sálvese quien pueda empresario, el modelo langostino cruje. Y mientras el Consejo Federal Pesquero tira la pelota al rincón, el producto nacional por excelencia se desangra en los muelles. En los pasillos del Consejo Federal Pesquero no hay langostinos, pero sobra tensión. A más de tres meses del inicio formal de la temporada, el conflicto entre cámaras y sindicatos mantiene amarrada a buena parte de la flota fresquera y congeladora y amenaza con convertir al otrora codiciado langostino argentino en un producto para nostálgicos. “Estamos parados desde marzo. Hay más de 100 barcos amarrados y, con ellos, millones de dólares que se evaporan cada semana”, aseguró Rolo, un empresario pesquero curtido en crisis, pero sorprendido por la magnitud del parate actual.
Según explicó, los costos de producción se dispararon, el precio internacional cayó a pique y la rentabilidad, simplemente, desapareció. “¿Cómo hacemos para sostener premios por producción cuando el kilo bajó de 12 a 5 dólares?”, se preguntó, sin esperar respuesta. Desde el otro lado del mostrador, el funcionario técnico del área de pesca admitió que la situación es crítica, pero matizó las responsabilidades: “Los gremios no quieren resignar ingresos y reclaman saldos claros por parte de las empresas. Para ellos, los costos laborales no explican el colapso”. Lo cierto es que el conflicto va mucho más allá de un desacuerdo salarial. Como si se tratara de un rompecabezas marino, se suman capas de problemas: una estructura de costos inviable, procesadoras en tierra con tarifas desproporcionadas y un sistema logístico que parece diseñado para perder. “En Chubut, descargar un cajón de langostinos cuesta casi tres veces más que uno de merluza, ¡y pesa la mitad!”, detalló el empresario.
A esto se suman las políticas públicas. Rolo criticó con dureza lo que calificó como un “Estado ausente para lo que importa y muy presente para cobrar”, aludiendo a los derechos de exportación que sí se aplican al langostino, a diferencia de otras economías regionales. El funcionario, sin embargo, pidió no perder de vista la responsabilidad compartida: “Se duplicaron permisos, se multiplicaron buques y nadie pensó en el límite. Hoy hay sobreoferta, el mercado está saturado y los precios no cubren ni el gasoil”. Ambos coinciden –aunque no lo digan al mismo tiempo– en que el producto estrella de la pesca argentina está perdiendo su valor diferencial. “El Vannamei, ese langostino de criadero insípido, está copando Europa a precio de descarte. Nosotros tenemos un producto salvaje, único, pero lo estamos empujando al rincón de la mercancía”, lamentó Rolo. Para el funcionario, el tiempo de las declaraciones ya pasó. “Si no reordenamos la actividad y escuchamos a todos los actores, el langostino se va a convertir en otro caso testigo de cómo desperdiciar un recurso extraordinario”, advirtió. Mientras la mesa técnica sigue sin acuerdos firmes y la flota espera con las bodegas vacías, en los pasillos se repite la frase más escuchada del sector en los últimos años: “Así no se puede seguir”. Y el langostino, mientras tanto, se enfría. No en las góndolas del mundo, sino en los papeles, las trabas y los egos de quienes todavía no entendieron que el mar no espera.